La
verdad es que siempre ha existido y existe una barrera invisible
entre los profesores y sus alumnos. Es lógico debido a la diferencia
de edad y sobre todo a la relación de autoridad que unos ejercen
sobre los otros, de la misma manera que ese muro se crea entre jefes
y subordinados o, incluso, entre padres e hijos.
Pero
es muy interesante cuando esa barrera algunas veces cae, cuando ese
muro se derrumba y esos dos personajes de la historia se mezclan.
Eso
volvió a ocurrir el otro día cuando los alumnos de 2º de
bachillerato terminaron su curso. Como cada año, se celebra un acto
institucional en el que se despide a los alumnos tras su estancia
allí los pasados 4 o 6 años (algunos incluso más....)
A
esta celebración asistieron los alumnos que habían aprobado en
estos momentos el curso y, por tanto, el bachillerato. Sólo les
queda pendiente examinarse de la selectividad y comenzarán en
septiembre una nueva etapa de sus vidas, la universidad. A muchos de
ellos les acompañaban sus familias y, además, nos encontrábamos un
buen número de profesores.
En
primer lugar se dirigió a todos la directora con unas palabras de
cariño y felicitación, haciendo después lo propio el jefe de
estudios. Mucho más emocionante o emotivo fue el discurso de una de
las alumnas que titulaban y mucho más cómico el de un alumno que
hacía lo mismo. Todo ello estuvo aderezado por la interpretación
musical al piano y violonchelo de dos de los alumnos del centro y de
la entrega de bandas o becas y la entrega de una foto de grupo y un
diploma a cada alumno.
Tras
eso el invisible muro se deshizo y profesores y alumnos se trataron,
por fin, como personas sin la existencia de ese rango que siempre
inmoviliza un poco. Los alumnos, vestidos realmente de fiesta, con
chaquetas y corbatas ellos y con vestidos ellas parecían otros.
Compartimos todos juntos un pequeño refrigerio (cada año es menor,
pero es que me temo que la crisis no perdona) y nos juntamos en
corrillos a hablar.
Por
primera (y quizá última, aunque espero que no) vez los alumnos desearon hacerse fotos con
nosotros, hablamos de experiencias pasadas, hablamos de planes,
comentamos sueños y sobre todo nos contagiaron ilusión por el
futuro.
Finalmente
fuimos a cenar juntos y, cuando los profesores nos retiramos a una
prudente hora, ellos continuaron su fiesta.
Y
una vez más, fue bonito. Porque nosotros les vemos crecer, llegan
con 12 años y se van con 18, llegan como niños y se van como
adultos, llegan con miedos y se van seguros de sí mismos, llegan a
nosotros sin plantearse nada y se van cargados de sueños. Aquí les
ocurren muchas cosas, se hacen mayores, maduran, lo pasan mal, lo
pasan bien, hacen amigos, los pierden, descubren el amor y también
lo vuelven a perder, se hacen responsables, o no,.....
La
única pega, que no asisten los alumnos a los que les queda algo
pendiente para septiembre, que serán los que aprobarán a
escondidas, sin fiesta, sin traje, sin discursos y sin cenas.... Y es
la única pega porque todo lo demás lo han hecho igual y merecerían
salir del centro también por la puerta grande.....
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